La Cocina

AQUELLAS ANTIGUAS Y GRANDES COCINAS DE LOS PAZOS

Texto de Luis Quintas Gil

La del pazo de Lira tendría unos 80 metros cuadrados. Cabrían dos apartamentos de los de hoy. Tal vez algún lector piense que ¡vaya disparate y vaya desperdicio! pero todo aquello tenía su razón de ser, como pronto veremos: la cocina era un centro de reunión familiar y de algo más amplio que la familia. Durante los fríos y húmedos inviernos de Galicia, sin calefacción, encerrados entre aquellos muros de granito de cerca de un metro de espesor, mientras se oía caer la lluvia persistentemente sobre las tejas, la cocina era refugio de los cuerpos y lugar de tertulia y recreo de las almas.

   
(Haced click sobre estas  dos fotos de Mario Quintas, añadidas el dia 22/09/2001,)

La fotografía que ilustra esta página recoge solamente una pequeña parte de la cocina. Vemos en primer término, a la derecha, el "lar" o la "lareira", que creo que de ambas formas se le puede llamar; sobre ella cuelga un pote sobre un poco de leña dispuesta para "facer a lume", o, más claramente, para encender el fuego, que nos permitirá tomar unos "cuncos de caldiño ben quente". Detrás del colgante pote se ve la leña apilada para use de cocina y horno de pan, horno que está en la esquina del fondo. En tiempos, horno y paredes eran de piedra vista, pero mi padre mandó recubrirlas de yeso porque aquello le parecía demasiado tosco. Vemos a la izquierda del horno la artesa donde se amasaba la harina y se la dejaba fermentar de un día para otro. Y pido perdón si no les invito a probar nuestro pan de maíz, porque, aparte de que a mí siempre me ha parecido un ladrillo indigesto, de este horno nunca ha salido buen pan. Para que tuviera más gracia teníamos que subir a la casa del guarda y elaborar aquella cosa en su horno. Aquel sí que "daba buena cochura". Cuando se extraían las tremendas bollas, se le regalaba una a la familia del susodicho y se sentía feliz, porque les suponía varios días de comer aquella argamasa bien fraguada sin abonar nada por ello. Pero yo les voy a ahorrar a ustedes la faena de probar un trozo de ladrillo, que bien sé que, por cortesía, serían capaces de ingerirlo aún a riesgo de sus vidas. 

Quiero excusarme humildemente por si con estas consideraciones sobre el pan de millo he podido herir la sensibilidad de alguno de mis lectores. Yo sé que hay gente a quien le gusta esa densa pasta recubierta de una costra dura como el pedernal, y, de hecho, todos los veranos, en las reuniones familiares que celebramos, siempre nos traen a casa platos con el célebre pan que, para la comida, los cortan en unos como ladrillitos pequeños. Y veo que hay mucha gente que come uno y to alaba muchísimo. Pero no suelen insistir en tal experiencia. Tengo para mí que se abstienen ofreciendo esa mortificación por una intención muy especial que seguramente ellos encomiendan a la "Meiga do Pan de Millo". Pero claro, no van a ir por ahí pregonándolo a voz en grito.  

Pero volvamos a la foto:

Bien, debo decir que to que queda a la izquierda del fotógrafo (un servidor de ustedes) es la parte mayor de la cocina, y que a su espalda se extendía una pared con tres ventanas y dos fregaderos labrados en duro granito. Como se ve hablo en pasado porque hace ya unos cuantos años se levantó un tabique que robó a la cocina unos tres o cuatro metros, los justos para hacer una cocina más cómoda y moderna para use diario. Bueno, tampoco es que sea demasiado moderna, no vaya Vd. a creer.  

 

De todas formas, y a pesar de la merma sufrida, aún queda espacio de sobra para... pero de estas cosas prefiero que les hable D. Xavier Ozores Pedrosa, quien relata cómo se desarrollaban las veladas en los Pazos gallegos: "El señor que en él vivía era la persona más poderosa, la más ilustrada, y, por tanto la más influyente; la que imbuída de ideas religiosas y de honor, traía un bienestar no conocido hoy en nuestros campos, los que, por desgracia, muchas veces están dirigidos por personas que ciertamente no poseyendo una ideología muy apropiada a su misión, traducen en egoísmos y torcidas intenciones, su gestión de directores". Relata una de aquellas reuniones celebradas en el Pazo (que él siempre escribe con mayúscula), bien en el salón, bien en la cocina, según fueran los tiempos cálidos del verano o los fríos del invierno, y según fueran las gentes que acudían a la casa: "..,de noche reunía a todos en su salón; entraban respetuosamente, cada uno provisto de una silla que había alcanzado en la antesala; sentábanse en corro; en el centro estaba el señor, la señora de la Casa, los hijos, los invitados...; corría la petaca del amo en derredor; se hablaba de lo del país y de lo de fuera; explicaba los sucesos salientes el señor, que era muy sesudo y discreto, y transcurridas las horas de la velada, la campana de la Capilla llamaba a todos al Rosario".  

Por eso las cocinas eran amplias y con un fuego que permitía sentarse todos alrededor. Y digo que eran, porque hoy, gracias sean dadas a Dios Nuestro Señor, nada de ésto podría hacerse: todos estarían viendo por televisión eso tan interesante de "Corazón de invierno", en el que por fin nos enteramos de con quién acaban de pelearse nuestros muy dilectos amigos Antonia dell'Atte, David Flores, Rociíto y muchos otros genios de las artes, las ciencias y las letras, que nos tienen tan preocupados con sus problemas. O esas interesantes tertulias en las que matrimonios extraídos de los suburbios nos cuentan las escabrosidades más íntimas de su vida marital. Y todo ello detalladamente explicado sin el menor rubor, gozándose en la exposición, y expresando con la expresión de su cara, la felicidad de sentirse rabiosamente aplaudido por un público también extraído de las barriadas periféricas. Esas sí que son tertulias interesantes, y no las que contaba D. Xavier. Ya las quisiera yo en la cocina del pazo, porque sin ellas no viene nadie.

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