Es
posible que alguno de los que lean estas pequeñas historias sin
importancia llegue a sospechar que yo sentía una gran admiración por mi
hermano Mario. Pues mira, acierta. Mario
tenía cuatro años más que yo y era ... Bueno , Mario era como todos los
muchachos de su edad pero en más, si se me permite la expresión. Era más
bueno que ninguno, mejor campanero, más devoto que nadie (cosa que
entonces lo era todo el mundo, no como ahora), mejor atleta y más
completo y era un deportista nato. A los pocos días (y digo días,
solamente) de pedirme mi raqueta para probar de que iba aquello, se
codeaba en tenis con los expertos de segunda fila del Club de Campo. Sólo
le ganaba Alvaro Dotras y no sé qué hubiera pasado si no le hubieran
roto la raqueta y dejara el tenis por otra cosa. En jockey fue
seleccionado para el equipo de Galicia para un campeonato de España por
regiones que estaba organizando el SEU. Llevaba un par de meses jugando y
era ya del equipo del cole cuando lo seleccionaron. Pero renunció. Así
era él, que no se le subía nada a la cabeza. Y como tenía otros planes,
dijo que nones. Pero todo esto ocurriría años después de lo que voy a
contar, aunque antes os diga que nadie como él en fútbol. Mario,
desde niño, ya denotaba dos cualidades (tenía más, pero es por
simplificar, que luego me llaman pelmazo) que eran la imaginación que le
sugería cosas que podía hacer, y la habilidad para poder hacerlo. Heredó
su maña de carpintero que tuvieron sus mayores - como ya dije en eso de
la Saga - y la aplicó a nuestros juegos infanti-juveniles. Por
ejemplo, el palafito. Ya sabemos (esto lo digo así por cortesía hacia el
personal, porque algunos no lo saben) decía que sabemos que un palafito
es una casa construida sobre pilotes de madera hincados en el fondo de las
aguas tranquilas de una laguna. Mi padre hablaba de Filipinas a menudo y
de las cosas que había visto por allí, entre ellas los palafitos.
Bueno,
con nuestro padre hablando de palafitos y nosotros con unos postes en
medio del agua, tu me dirás qué caramba podíamos hacer. El problema
eran los materiales, pero Mario actuó raudo cual centella: donde se
guardaban tablas y listones, había un ventanuco estrecho justo en la
parte interesante para nuestros fines. Por allí metió su brazo y alcanzó
un listón. No fue fácil sacarlo y nos llevó su tiempo, pero al final
teníamos dos birlados limpiamente al tesoro paterno. Las tablas y el
grueso alambre viejo de las viñas fue tarea más facilona. Bueno,
para qué entretenermos en lo accesorio: nos quedó estupendo. Una
plataforma suspendida de los postes y cubiertas (techo y paredes) con unas
persianas viejas, retiradas del servicio activo, pero útiles para este
fin. Se entraba por una pasarela desmontable que unía la tierra y el
palafito. Bueno.
Perfecto. Muy bien. Y ahora ¿qué? Don
Mario Quintas Gil
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