De Magdalena Wilkinson

muros de piedra
donde lava sus ecos el pasado
y la lluvia gallega

ritmo de tamboriles y de gaitas lejanas
trenza con incongruencia
recuerdos desvaídos
y todavía cálidos

bajan desde el año ochocientos
los señores de lira
se descubren gentiles
y observan con sonrisa mientras escudriñamos

son la copa de un árbol
una teja
la sombra de un pájaro posado en el alféizar
son aire y son genes
somos nosotros y los que nos rodean
sus almas anudadas para siempre al verdor de esta tierra

cuando la poza de maría espeja
su bello perfil rubio
la rodean
en pléyade

los rostros de señoras medievales
musitando plegaria
camino a la capilla que fundara hace tanto don rodrigo
o bordando el sosiego de la tarde
u oteando el horizonte de la guerra
ansiosas de noticias de un hijo o de un marido

hay música de cascabeles
felices de otros siglos
la risa de los niños del pazo que corrieron y jugaron
en este mismo sitio

la circundan 
susurros
o voces de señores
de emisarios
de soldados u obispos
las campanas del ángelus
los cencerros de algún invierno largo

es la magia del pasado que nos llama
todo parece lejos
pero late en nosotros
nos envuelve
y seguirá latiendo en nuestros hijos

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