El Broche de Oro

Si yo preguntara a los más jóvenes y a los niños quién fue Moncho Gil, muchos se me quedarían mudos, esclavos de la ignorancia. Alguno, tal vez, más avispado, aventuraría la posibilidad de situarlo allá por el estadio Calderón, la sede del Atlético. Fallarían el golpe. Si tal ocurriera con las glorias familiares sería para exclamar con amargura: "sic transit gloria mundi." (Esto mismo lo escribí otra vez en no sé dónde y como quedé muy bien, lo repito aquí para vosotros, que el latín viste horrores.)


Moncho Gil Sequeiros y Aurora Curbera Solleiro,  
el día 9 de Septiembre de 1923.

Pues Moncho Gil era... Pero vaya despiste el mío; menuda coladura. ¡¡Esta pequeña historia no ocurrió en Lira!! ¿Qué es lo que hace aquí? Bueno, de todas formas y siempre con vuestra autorización, voy a seguir con ella porque, ahora que me doy cuenta, de esta pequeña historia, que ocurrió en Vigo, los protagonistas eran de los de Lira.

Moncho Gil fue, ni más ni menos, un futbolista "amateur" de los primeros que practicaron este deporte en España, que en verdad eran bien pocos en aquellas dos primeras décadas del siglo XX. Entonces se llamaba "amateur" a todo aquel que hacía algo por gusto, para indicar que no cobraban ni una peseta por hacerlo y que, además, se pagaban los gastos que se produjeran. Que en el fútbol, ya se sabe, son gastos de vestuario, hoteles y desplazamientos. Naturalmente a los chicos de familias modestas, los clubes (que no solían tener mucho dinero) les ayudaban lo que podían, pero a los ricos por casa, nanay. Y Moncho Gil era rico por casa. Como que era hijo de don Ramón y hermano de Sofía, más conocida por Itha, que llegó a ser la madre de un servidor de ustedes. Pero eso fue mucho después.

O sea, que el futbolista amateur Moncho Gil era mi tío Moncho. Y además, con el tiempo, mi suegro. (Ya se ve cómo todo se va liando)

Había otros detalles que servían a un buen observador para distinguir a un "amateur" de un profesional, ya que éstos constituyeron una subespecie peligrosa que no tardó en aparecer en el panorama deportivo y no se la podía ignorar. Por ejemplo, no era sólo esa costumbre de no cobrar y de abonar los gastos, sino la de no "alegar males imaginarios o supuestos" (como dicen las ordenanzas militares) para no jugar un partido o asistir a entrenamiento. Por ejemplo, un amateur podía tener el cuerpo lleno de forúnculos y un brazo en cabestrillo y escayolado, pero eso no constituiría una razón suficiente para eludir un entrenamiento y, menos aún, un partido. ¿Y eso por qué? Pues la misma palabra lo explica: amateur, como se decía siempre, significa aficionado, y aficionado es el que siente inclinación o amor hacia una persona, cosa o actividad. Es decir: amateurismo es sentir amor a lo que se hace y no a lo que se cobra por hacerlo. Y eso era Moncho Gil y otros muchos como él: amateurs.

Por aquel tiempo había en Vigo dos clubes de fútbol, el Vigo y el Fortuna, que rivalizaban "a tope". Más tarde, cuando empezó el profesionalismo, se fundieron para constituir el Real Club Celta, llamado así, Real, porque eran los tiempos de D. Alfonso XIII. Más tarde, creo que con la república, dio en llamarse Celta de Vigo, o así.

En no sé que año se jugó el primer campeonato militar de fútbol de España, y es fama que los coroneles se veían en tremendas dificultades para encontrar once soldados de su regimiento que supieran que el fútbol es un deporte que se juega con una pelota que, contra toda lógica, se puede tocar con cualquier parte del cuerpo menos con brazos y manos, aunque "mayormente" se empleen con preferencia la cabeza y los pies. Y fue el caso que el regimiento de Vigo no tuvo el menor problema, y no lo tuvo porque en aquellas fechas se encontraban haciendo el servicio militar varios jugadores del Vigo y varios del Fortuna. Formaron un buen equipo porque los once muchachos o jugaban muy bien o tenían, por lo menos, alguna idea.

Tan bién que llegaron a la final y la final la presenció el propio Rey D. Alfonso. Moncho Gil, que jugaba de defensa, era como el emperador de su parcela y mantenía su portería a cero goles (o goals, como se dijo muchos años), pero la delantera no lograba perforar la puerta contraría, o, como dicen ahora los cursis, no definían. (Vaya por Dios, y qué cosas más finas dicen). Entonces el gran Moncho se impacientó, se hizo con el balón, corrió la banda y marcó un golazo de antología, que era como se decía entonces que eran los goles que cumplían ciertos requisitos de calidad. Y para que no dijeran que había sido un churro, repitió la operación. El Regimiento Murcia nº 46, de guarnición en Vigo, se proclamó campeón de España al vencer por 2 a 0 en la final del Primer Campeonato Militar de Fútbol de España. ¡Toma castaña¡

S.M. el Rey les entregó la copa, charló con todos ellos y se alargó un poco más con el héroe del partido. Decía mi madre que Moncho se hizo pasar por un poco catetillo al hablar con el Rey, mezclando alguna palabra gallega en su parla, y ciertos giros poco pulidos, y debe ser así porque el chico hacía siempre gala de su buen humor y de bromas graciosas, "manque" inofensivas. (Que yo también sé decir cosas no pulidas).

Lo cierto es que desde entonces jugó siempre de extremo izquierdo aprovechando su velocidad de carrera y sus tremendos zurdazos, zurdazos que fueron apodados popularmente como el "chut eléctrico". Años después fue seleccionado y jugó en el equipo español en la Olimpiada de Amberes, donde consiguieron clasificarse subcampeones del mundo y Medalla de Plata. (Medalla que guarda su hijo Guillermo, según creo, quien podría aportar noticias interesantes sobre Moncho Gil padre, futbolista, melómano y hombre de empresa, antes de que su paso por el mundo se quede reducido a solamente un nombre en la genealogía de los Gil - Curbera).

Poco después de la Olimpiada Moncho Gil se retiró de la práctica del fútbol, porque formalizó las relaciones con su novia, la gentil Aurorita Curbera Solleiro, y ya se sabe que entonces no era digno ponerse en pantalón corto para darle patadas a una pelota cuando se tenía novia formal.

Pero yo, lo que quiero es contar una leve anécdota que ocurrió antes de la Olimpiada. Se daba la circunstancia de que los hermanos Moncho e ltha tenían tal parecido físico que a mi madre, por la calle, algún asiduo a los partidos de fútbol (que cada año eran más), le saludaban cariñosamente llamándola Monchiña. Normal en un Vigo, pequeño aún, en donde todos se conocían, aunque sólo fuera de vista.

Pues bien, un año de aquellos el Fortuna, que había hecho una campaña excelente, llegaba al final del campeonato, al último partido, destacado en cabeza. Poco importaría ya el resultado del partido pendiente si no fuera porque le tocaba jugar contra el Vigo, nada menos, el máximo, el único rival. Los periódicos y la afición en general consideraban que aquel año no "había color", era el año del Fortuna así como tantas otras temporadas habían sido años del Vigo. Decididamente - dijo el "Faro de Vigo" - el Fortuna "cerrará con broche de oro el campeonato". Y la frase cuajó, hizo fortuna (nunca mejor dicho) y la afición sólo hablaba del famoso "broche". Hubo bromas, chistes y el "Faro" y el aficionado aceptaron, unos con gusto y otros a regañadientes, que el Fortuna tenía el broche asegurado.

Y llegó el domingo, y se llenó el campo como nunca se había llenado... y surgió la sorpresa: el Vigo venció claramente por 3 "goals" a 1.

Mi madre, que aún no sabía nada de la marcha de los acontecimientos, salió de casa como si tal cosa, cuando grupos de espectadores volvían del campo felices por la victoria sobre el eterno rival. Desde uno de aquellos grupos fue descubierta y celebraron el encuentro a gritos:

- ¡Monchiña, bravo, Monchiña! ¡Cajáronse no broche! ¿Non é ?

Y se iban, calle Colón arriba, gritando y gritando: ¡cajáronse no broche, cajáronse no broche...!

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