El Tesoro

Y BREVE NOTICIA DE LOS SEÑORES DE LIRA

Sonaban las campanas de la iglesia cercana y la paz se metía en el alma y lo invadía todo. Mamá se puso en pié y empezó a recitar, como todos los días: "El ángel del Señor anunció a María"... Nosotros respondíamos: "Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo". 

Atardecía en el pequeño jardín de la finca. A un lado la casa; al otro, las moreras casi ocultando la capilla. Mi madre, después del "Angelus", nos contaba algunas de sus andanzas con sus hermanos cuando eran niños. Una de aquellas aventurillas destacó sobre las demás e hizo que nos olvidásemos del resto. Todas eran pequeñas travesuras, pero ésta... Se trataba de la búsqueda de un tesoro posiblemente escondido en la casa o en la finca. Escuchábamos embelesados los cuatro hermanos: Mario y yo; Cheva y Chevo. 

¡Ah! Perd6n, ya sé, no conocéis a Cheva y Chevo, porque son nombres felizmente olvidados hace muchos años. Veréis:   

Fue cosa de mi padre. Lo recuerdo en el comedor de nuestra casa de San Sebastián, a donde habíamos ido a parar después de nuestros años de Melilla. Allá, en Marruecos, había nacido mi hermana y ahora empezaba a dar sus primeros pasos y a mostrar sus primeros genios, esos genios que tienen todos los niños a su edad, cuando se les lleva la contraria. Mi padre reía y gozaba con aquella su única hija tan chiquita. Y la llamaba fiera: "eres una fiera, una fiera". No era verdad, pobrecilla, pero él se reía, y la niña reía, y nosotros, todos, reíamos también. Cuando empezó la pequeña a medio hablar y medio entender, nos sorprendió a todos diciendo que ella era "una cheva", que era "la cheva". 


La tía Mauxa, la voz más bonita
de la familia.

Y con "la Cheva" se quedó. Así, con artículo y todo, como se nombran las gentes del campo y de los pueblos, porque era la tanscripción de "la" fiera. Dios me libre, la fiera, aquella cosita. Y cuando nació Alfonso en Lugo, o mejor dicho, cuando empezó a corretear, cosa que ocurrió precisamente en Lira, mis padres dijeron que sería Chevo; pero aquello no cuajó. Duró muy pocos años.   

A Cheva, cuando comenzó a tener criterio propio y buen gusto, aquello de Cheva no le agradaba mucho. Por eso le inventamos lo de Mauxa, derivación del Mauxa, claro está. Mira que teniendo un nombre tan bonito como María del Carmen, inventarle eso de Mauxa, ¿a quién se le ocurriría? Pero con Mauxa se quedó.   

Ah, sí, el tesoro. Aquello que nos había contado nuestra madre era una historia muy sencilla, pero muy vaga. Decía que uno de los Señores de Lira (que tal era el título que ostentaban), enormemente rico y poderoso, con dominio sobre todas las tierras que podíamos contemplar desde la torre, y sobre muchas más que nos ocultaban los montes y más todavía que se adentraban en Portugal, había muerto sin dejar testamento, ni se pudo encontrar su dinero ni joyas, ni nada que valiera la pena. El muy ladino, decían, había enterrado su tesoro y no se sabía dónde. Ahí queda eso: así, con "se dice" y "uno de los Señores de Lira". Añadía que tenía que estar enterrado en sitio fácil de encontrar, junto a una roca, por ejemplo. Es decir, nos daba pistas. Y contaba que ella y alguno de sus hermanos habían buscado mucho tiempo con las pequeñas herramientas de jardinero. Supongo (lo supongo ahora, claro, no entonces) que el cuento sería una invención de su hermano Juan, el mayor, que buscaría un medio para tenerlos ocupados en algo. Lo cierto es que en nosotros el cuento del tío Juan también surtió efecto y nos mantuvo ocupados (especialmente a los dos más chicos), haciendo unos hoyitos pequeños con sus sachitos de jardinero al lado de cada piedra que encontraban. Yo también andaba impresionado con el tesoro, pero Mario me desengañó, que cuatro años de diferencia conmigo es mucho en esas edades o al menos es la suficiente para hacerme ver que si tantas tierras tenía ¿a cuento de qué iba a enterrar su tesoro en esta finca de nada, que es todo lo que queda de sus dominios? Sí, muy convincente, pero cuando nuestro padre (en su trabajo de habilitar para el cultivo tierras de maleza y rocas), mandó roturar un nuevo campo recién preparado, pudimos ver cómo el atado saltaba por tres veces al tocar piedra firme. Y comprobamos que las piedras estaban en línea recta y a iguales intervalos. Y cuando las fueron descubriendo a fuerza de azadones y vimos que eran brocales de entrada a algún subterráneo, a Mario (tan convincente como había estado conmigo), se le salieron los ojos medio palmo por delante de la cara: ¡el tesoro! 

Pero no había tal cosa. Bueno, o si lo había, allí sigue. Porque D. Mario (a mi padre yo siempre le llamaba así) después de mandar hurgar en las piedras con picos, palas y azadones, como está mandado, dedujo que se trataba de los brocales que sirvieron de respiraderos para hacer la mina que nos surtía de agua potable. Mario y yo no quedamos muy convencidos porque la alineación de las piedras no señalaba la dirección del manantial, pero el que manda... manda. Y allí, tal vez, se quedó el tesoro escondido. Sí, allí puede que esté.

Además aún nos quedaba otro punto por aclarar: no sabíamos dónde, pero ¿sabíamos quién? ¿Sería aquel García de Lira, primer Lira del que se tienen noticias? 

No lo creo, porque veréis: el tal García de Lira era hijo de García Bermúdez, el cual a su vez venía de los amores que el Conde Bermudo Pérez de Traba tuvo con una tal Godina del Mato. Era, por tanto, lo que hoy llamaríamos "el chico de los de Traba", que florecieron allá por el siglo IX y llenaron Galicia de gentes ilustres, como un Virrey de la propia Galicia, un Obispo de Mondoñedo, dos fundadores de Monasterios y, para los altares, nada menos que un santo: San Rosendo. Pero por aquí no debemos buscar porque estamos hablando del año ochocientos, que no es año propio para esconder tesoros de los que se siga hablando en el atardecer lleno de sosiego y silencio en un jardín del siglo XX. 

Ni creo que fueran tampoco alguno de los Troncoso de la Picoña, aunque... bueno, bueno, ya veremos. Estos Troncoso habían ganado apellido y blasón por un antepasado que luchó contra los moros junto al Rey Ordoño allá por el año 931. Digo que ganó blasón y lo tenéis en la capilla unido al de Sotomayor. El suyo es el que tiene el tronco de un roble y dos hojas asimismo de roble bajo el tronco (casi borradas por el tiempo), que don Ordoño le concedió, junto con nuevo apellido, porque bajo un gran roble derrotó al caudillo moro y se ganó la batalla. Estos Troncoso vinieron del pazo de la Picoña cuando mi señora D' María Álvarez Troncoso casó con mi señor D. Ruy Gómez de Lira en 1.524, y de ellos surgieron los Troncoso de Lira y Sotomayor que llenaron muchos años de la historia del pazo. Pero dudo que ande por ahí el tesoro. 

Más bien pudo ser (y ahora, tal vez, nos vamos acercando) D. Rodrigo Troncoso de Lira y Sotomayor, quien fundó la capilla del pazo junto a su mujer Dª Ana de Barosi, a quien algunos autores llaman Ana de Barros, sin tener en cuenta la inscripción de la capilla, en la que figura como Barosi, y que su marido y ella dejaron tal cual está sin corregirla, tal vez por no estar mal escrita. Pero este hombre merece que nos detengamos en él: el citado D. Rodrigo y su hermano D. Juan Francisco, hijos de D. Diego López de Lira, "el Viejo", anduvieron a la greña entre sí y tal vez uno de ellos escondió sus cosas para que no se las quitara su hermano, que no era nada de fíar. ¡Vaya ejemplo que daban! A mí no se me alcanza cual de los dos tenía razón y cual era más bueno que el otro, aunque me inclino por D. Rodrigo por aquello de haber fundado una capilla, que algo es algo, y su hermano, que yo sepa, no parece haber fundado nada. Pero el mal ejemplo lo dieron los dos; peor que el que dio nuestro antepasado D. Pedro, el conde de Camiña, otro Satomayor de los de por estas tierras, que andaba a palos con los Sarmiento de Puenteares, hasta que Dª Isabel y D. Fernando les quemaron un castillo a cada uno, los llamaron al orden y les dijeron que cada uno en su casa, que Dios en la de todos y que sanseacabó. 

Y mira por donde al otro hermano, el llamado Juan Francisco Troncoso de Lira y Satomayor se le ocurre casarse con Dª María Josefa Sarmiento, que quién sabe si es tía o abuela o lo que sea de Dª Agustina Sarmiento Isasi Sotomayor ldiáquez y Luna, a quien todos nosotros hemos visto cientos de veces, porque es la menina a quien Velázquez pintó ofreciendo un búcaro rojo con agua a la princesa Margarita, hija de Felipe IV. Dª Agustina era hija del Conde de Salvatierra D. Diego Sarmiento Sotomayor, que residía en Canedo, (muy próximo a Puenteareas), donde hoy se encuentra el muy renombrado convento de franciscanos. 

Años mas tarde, otro Rodrigo no pone objeciones para casarse con una joven que es hija natural de un cierto ciudadano desconocido, pero que "aporta su formidable patrimonio a la casa de Lira en 1.543". Como para hacerle ascos. Y vaya Vd. a saber si de esos fondos sale el tesoro. 

También pudo haber sido... pero ¿para qué seguir? Digo que podría ser D. Francisco de Correa, comendador que fue del Hábito de Calatrava, quien dispuso en 1.630 se dijeran dos misas semanales a perpetuidad en la capilla de Lira, una por las Animas "do" purgatorio y otra, los sábados, por su ánima, según reza la inscripción de la capilla. Inscripción que como se ve, está durando más que el encargo de las misas a perpetuidad. 

COROLARIO: De vaguedades os aconsejo que no hagáis el menor caso. Cuando os vengan con un: se dice... parece ser ... alguien dijo ... en cierto lugar..., es mejor cerrar oídos y jugar a otra cosa. Lo digo por experiencia, porque yo - lo confieso con vergüenza - me fié de vaguedades y también hice hoyos con un sacho. Por eso, cuando os digan, como decía mi madre:

Alá arriba, non sei donde

había non sei que santo

que rezando non sei qué

gañábase non sei canto, 

Cuando os lo digan, repito, no les hagáis caso: vosotros a vuestro rollo. 

(Pero en secreto os diré que el campo donde aparecieron los brocales de la supuesta mina, es el segundo por encima de la casa del guarda, que por allí llaman del casero. Por si un día vais a probar... Yo, por la información, sólo querría un 10%, o mejor, un 15%).

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