La Vuelta a Francia

Yo les aseguro a Uds., y les ruego por lo que más quieran que me crean, que la Vuelta Ciclista a Francia nunca ha pasado por Lira. Casi siempre pasa por el Tourmalet, o por lo menos por el Aubisque. Pero por Lira no ha pasado nunca, jamás. Todo eso que se ha aireado en la prensa (incluso en periódicos deportivos extranjeros) sobre que se tienen noticias de que un par de años la vuelta llegó a pasar por Lira, se basa en una filtración de una parte de nuestro secreto que nunca ha sido revelado. Hoy lo voy a contar por primera vez.  

Vds. saben que las viejas casas de campo tienen los techos de madera y cuando no hay piso superior, más arriba de ese techo está el tejado. Bueno, pues ese hueco que queda entre uno y otro, es el "fallado". En Lira, en la torre, que tiene tejado a cuatro vertientes, como una pirámide aplastada, el fallado es como el interior de una pirámide bajita y andar por él da la impresión de ser uno un faraón en sus horas bajas al que van a enterrar allí mismo. Vamos, Tutankamon, o así. Bueno, pues al fallado ese se sube por una trampilla abatible y disimulada que se puede alcanzar situando una mesa debajo y una silla sobre la mesa. Demasiado laborioso. Pero como en la vertical de esa puertecita, que nosotros llamábamos la escotilla, teníamos una de las vigas del tejado, atamos al madero en cuestión una escalera de cuerda que nos hicimos nosotros mismos, y solucionamos el problema dando además al asunto un ligero tinte y ambiente pirata. Pues ahí lo tienen Uds.: ese era el punto de reunión para eso de la Vuelta a Francia. Instalamos, como mesa, unas tablas apoyadas en dos cajones; y con otros cajones pequeños como asientos, dos velas y el periódico, nos reuníamos todos en cónclave. Pero claro, todo esto no hubiera sido posible si no fuera por las anchoas. Las anchoas fueron la clave del Tour de France.  

Hombre, ya sé que dicho así parece no tener sentido, pero es que antes hay que hablar del abuelo Ramón, sino no se entiende nada. Se me dirá que cuando cojo el hilo de un asunto lo dejo para empezar otro y que una narración así resulta confusa y nunca se sabe a dónde irá a parar. Pues yo les aseguro que ese es un reproche injusto y que si persisten Vds. en él, me callo y me guardo mi secreto. Además que con paciencia verán que al final todo encaja.  

El abuelo Ramón, hombre de empresa, tenía, entre otros medios de creación de riqueza (como se dice ahora), una fábrica de conservas de pescado cuyo producto estrella era la anchoa, según he tenido ocasión de escuchárselo decir, muchos años después, a conserveros tan acreditados como los Alonso y los Curbera. Dicen que era una anchoa inimitable, cuyo secreto desapareció al cesar la producción en esa fábrica. Porque eso es lo que pasó: que D. Ramón, por razones que nunca supe, cerró o vendió su fábrica uno o dos años antes de su muerte. Fue entonces cuando envió a sus hijos cajones de latas de conservas tal como salían de fábrica. Las de anchoas, grandes, venían cada una en su cajita de cartón, que era una novedad que no se estilaba aún. Y mi madre guardó un montón de latas en la alacena del comedor, la que está a la derecha de la ventana que mira al jardín. ¿Saben? La de abajo, claro, porque arriba hay otra, pero no se le llega bien.

Nosotros ... ah, sí, nosotros. Que ¿quiénes éramos? Pues nosotros éramos Mario, mi hermano, y yo, más los primos que estuvieran por allí de turno: Pepe Alonso, Paco Curbera (qué bien contaba los chistes de Otto y Fritz), Alejandro ... pero sobre todo, Tucho (en la imagen). Tucho era el alma de la Vuelta, el que acechaba a D. Mario para ver cuando dejaba el periódico y apoderarse de él. (Tucho era... bueno, otro día hablaré de Tucho).  

Pero la puesta en marcha de todo este embrollo necesitaba una operación previa: a la hora de comer debíamos pedirle a mamá que nos dejara poner anchoas en la mesa. El que se encargaba de la operación se echaba una o dos latas al bolsillo y ponía otra en donde debía ponerla.  

Al caer la tarde subíamos a nuestra pirámide, encendíamos las velas, se sacaba cada uno su palillo del bolsillo, abríamos la lata de anchoas, Tucho desplegaba el periódico y comenzaba a leer en voz alta la Vuelta a Francia. Era por los años 34 y 35, aquellos en los que Fermín Trueba se proclamaba campeón de la montaña y Cañardo ganaba etapas y corría que se las pelaba. Yo no aspiro describir la emoción y el suspense que se producía cuando Tucho leía: "...a los 8 kilómetros de subida del Tourmalet, Trueba que marcha en cabeza en solitario, pincha." Parecía que el que se pinchaba era el propio Trueba, pero no, era la bicicleta. ¡Qué horror! Porque a aquéllos hombres nadie les ayudaba en sus averías. A los ciclistas señoritingos de hoy, un pinchazo les cuesta unos 14 segundos de tiempo perdido, pero a los de ayer, eso mismo les suponía más de 9 minutos: tenían que desmontar ellos solitos la rueda, quitar la cubierta, extraer la cámara, poner la que ellos llevaban liada a su tronco, ajustar la cubierta, hinchar la rueda y, montar en la bici. Imaginando todos estos desastres, sufríamos en casi silencio, sin más que lanzar algún quejido y alguna maldición breve, porque la voz de Tucho, ligeramente alterada, seguía leyendo mientras la lata daba vueltas a la mesa y los palillos iban cogiendo su carga:    

Trueba, ocupado en su rueda, es rebasado por los belgas Clemens y Majerus, que marchan juntos; se ve aproximarse a Bartali..."  

¡Maldición - gritamos a coro - Bartali! ¡Ya no hay nada que hacer!  

Los palillos se detienen en alto, nadie se acuerda de las anchoas, la lata está abandonada.   

Gino Bartali, 1914-2000

Al final de su detención le han rebasado 13 competidores, pero Fermín Trueba, de pie en su bici, adelanta a uno, a dos, ¡rebasa a Bartali! Las esperanzas renacen, nos olvidamos hasta de las anchoas. Mamá, que no sabe nada de lo que le pasa a Trueba, pregunta por lo ventana a gritos a Lelé: "¿ Has visto a los chicos?" Lelé dice que no (Lelé es Dolores, la niñera de Alfonso y lo de los chicos iba por nosotros). Pero nosotros, ni caso: " ¡Venga, Fermín, ánimo!"  

Los palillos vuelven, por turno, a subir y bajar en su ejercicio continuo. La lata se va vaciando.  

Pero no pudo ser: adelantó a nueve, pero llegó el cuarto a la meta. Nosotros, sudando por la emoción y el calor, bajo aquellas tejas recalentadas por el sol de julio, apagábamos tristemente las velas, guardábamos el palillo para mañana y bajábamos, uno a uno, por la escotilla a la torre. Mario había sacado un trozo de pan, lo partía en pedazos que dejaba sobre la mesa, y los demás cogíamos cachitos y mojábamos en el aceite. Era el cierre de la sesión, sin debate final, sin comentarios, Desalentados y mustios nos preguntábamos:  

- Bueno, y ahora ¿qué? 

- Ahora vamos a damos un chapuzón en la poza.  

Se comprende que alguna vez a cualquiera de nosotros se le escaparan unas palabras que dieran una pista sobre nuestro secreto o que haya habido alguna filtración que desconozco, pero lo cierto es que la gente, tan ávida como es para penetrar allí donde sospecha que hay secretos, creó una leyenda disparatada que aseguraba que en no sé que año, en una de las primeras Vueltas a Francia, el Tour había pasado por Lira. No.  

Jamás pasó por Lira. Ni siquiera pasé por Celeiros, que está seis o siete kilómetros más cerca de la frontera francesa, y que vive allí un tío que estuvo una vez en París. Si no van por Celeiros, van a venir por Lira...No, si hay gente que ... 

• A Casita • Arriba • ...de un arbolito • Itha, mi madre • Las Comidas • Visita y Promesa • Os Carretóns de Vigo • El Broche de Oro • El Palafito • El Tesoro • La Carretilla • El Carromato • La Vuelta a Francia • Las Dos Moreras • Marcelina • La Pelea • Un Poema • Chispas de Mi Memoria •