Os Carretóns de Vigo

¡Pues vaya!¡Ya empiezo mal! Esto de ponerse a escribir por debajo de un título con dos semifallos, no augura nada bueno. Verás: “carretons” parece que debe querer decir carretones, en castellano, pero no se te ocurra suponer tal cosa. Ese titulo se debe traducir por “Los grandes carros de Vigo”, porque carretón en castellano, como tú sabes muy bien, significa carro pequeño de dos ruedas, que más se parece al carro gallego tradicional -  hoy casi desaparecido -  que a los carros de los que vamos a tratar ahora, con vuestro permiso. Eran carros enormes para aquellos caminos y mi padre los hubo de ensanchar -  los caminos, claro -  en algunos puntos de los recorridos previstos, para que pudieran pasar por ellos tales carretas. Eran carros anchos, con dos grandes ruedas de muchos radios y llantas de hierro,  provistos de una lanza y yugo para ser tirado por dos poderosos y lentos bueyes de enorme cornamenta.
 

Y además puse “Vigo” en el título y pude haber dicho Vijo, porque en aquellos tiempos se pronunciaba, en aquel valle de Lira (y en algunos otros) una especie de“G” que casi sonaba a “J”. Luego vino la televisión  - y antes la radio – a poner las cosas en su sitio, que enseñó mucho a hablar al campesinado poco culto. ¡Y eso que había escuelas, no te figures que no! Claro que estos  medios, radio, tele y prensa, presididos por un alto grupo de lingüistas, inventaron para las emisiones en la lengua del país, un gallego descafeinado e insulso elaborado en los despachos de los enteradillos, con objeto de unificar el idioma que se pretendía que se usara en toda Galicia. Y fue buena la idea, porque había alguna diferencia (y corrupción idiomática) de comarca a comarca. Buena idea, sí, pero yo les pongo un ejemplito de buen gallego de una poetisa muy del agrado del personal: Rosalía de Castro:

 

                                            Cómo chove mihudiño,

                                         Cómo mihudiño chove,

                                         Cómo chove mihudiño.

                                         Pó-la banda de Laíño,

                                         Pó-la banda de Lastrove.

 

    Ésto  se traduce bien ¿verdad? Y la segunda estrofa dice:

 

                                            Com´a triste branca nube

                                         Truba ó sol qu´inquieto aluma,

                                         Cal ó crube y ó descrube,

                                         Pasa, torna, volve e sube,

                                         Enrisada branca pruma.

 

  Aquí ya hay más dificultades, pero no la cito porque sea difícil de traducir, sino por- que esta lengua no es la que se oye en la tele; y, peor aun, lo que se oye va pronunciado con el más puro acento castellano. Ya lo he dicho en otra parte, de modo que te pido humildemente perdón por mis reiteraciones, pero es que no me hacen ni caso.                                     

 

 ¡Pero qué tendrán que ver estas cosas con “os carretons de Vigo”! Siempre me pasa lo mismo: que me voy por otros senderos. Menos mal que no continué copiando versos y versos, porque el poema es muy largo. Quería decir que los “carretons” vinieron de Vigo porque...Por cierto,¿ qué sabes tú de abonos? Pues sino sabes de fertilizantes, ¿para qué vamos a seguir? Bueno, te daré una idea, aunque sea superficial.

  Escucha: cuando mi padre, D. Mario, quiso poner la finca en marcha, necesitó abono en grandes cantidades. Eran campos recién roturados o esquilmados por el mal cultivo de años. Se puso al habla con el abuelo Ramón, dueño de la finca, y llegaron a una solución: mi padre compraría grades masas de maleza de los bosque vecinos y los transportaría a la finca; ya sabes: tojo (o toxo, como allí se llama) y otras... Por cierto, has de pronunciar la “x” como la “ch” francesa, como esos que dicen chapeau ¿sabes? Así se pronuncia toxo o Maruxa o... ¡mais xa está ben, con tantas esplicadeiras!) Volvamos: decía que otras, como zarzas, “codexo”, “xestas” (todo con ch francesa ¿eh?), etc., maleza de poco tronco para que se pudriera bien. Pero los carros de que disponíamos eran estrechos y pequeñajos, y no se podía meter camiones por aquellos caminos. Tuvieron que traer los “carretóns” desde Vigo por jornadas ordinarias. Es decir: “pédibus andándibus”, dicho en latín macarrónico.

  -¿Y de dónde sacaron tales carretas?

  -Pues de Vigo. ¿No lo he dicho?

  -Ya, pero... 

  ¡Ah! Bueno, que no está claro,  comprendo. Verás: entre los muchos negocios del abuelo estaba el de importación de sal gorda para su fábrica de conservas y para otras muchas más de la provincia. Venia en barcos y se descargaba en el puerto formando enormes montones. Y allí se quedaban hasta que, poco a poco, se la iban llevando.

 

  -Quieres decir que hasta que la lluvia la iba disolviendo y no quedara nada ¿no es eso?

  -Pues no, que yo los veía a lo lejos desde los balcones de mi casa y observaba  cómo la lluvia les iba formando una costra de color terroso, impermeable y dura como la piedra. Con picos, la rompían. Y entonces iban viniendo a cargar la sal en el tren que operaba en el puerto, o en camiones, y, para las fábricas más cercanas, en carros de bueyes: “os carretons”. De allí venían: del puerto. El abuelo también enviaba el camión, un De Dión Button  de película muda de risa (cuya transmisión era por cadena, como la de una bicicleta, pero a lo bestia) y las carretas. ¡Vaya carros! Al lado de los de Lira, gigantescos. Causaron sensación y les llamaban, ya lo sabes, “os carretóns de Vigo”. Traían una cargas de tojo altísimas, que se metían en las cuadras...

- ¿De caballos?

-  No, hombre, no. De vacas, bueyes, chotos....lo que había por allí.

-  ¿Y había mucho ganado?

-  Regular. Estaban las dos vacas que se llamaban la “Rubia” y la “Roja”.

-  Ya. Por el color de su pelaje, claro.

-  Bueno, por eso, sí, y también porque mi padre le inventó motes a los políticos del nuevo régimen republicano - tal era la simpatía que les tenía – y se los aplicó al ganado. Eso de Rubia y Roja se refería a dos políticas del rojerío.

-  Se ve que no era muy republicano, está claro.

-  No. No lo era, pero es que, además, si quería continuar su carrera militar, el gobierno le obligaba a jurar la nueva bandera republicana, cuando hacía tantos años que había jurado la anterior roja y gualda. Decía que no se puede estar jurando hoy una cosa y mañana la contraria, y seguir viviendo con la conciencia tranquila. Por eso, con la mayor tristeza en el alma, dejó el ejército de sus amores.      Pero volvamos a nuestro tema del ganado: también estaban los bueyes, el “Pocopelo” y el “Gafotas”,  que creo que correspondían a dos políticos, socialista el uno, y de izquierda republicana, el otro. Pero vaya Vd. a saber quienes podrían ser, porque esto son figuraciones mías...Y luego las crías, el ganado porcino (que era poco) y el gallinero. ¡Ah! Se me olvidaba: el cordero y el burro.

- ¿El cordero? Pues vaya con el rebaño.

-  No, verás, es que el cordero fue una vergüenza para mi... Fue en el día de la fiesta del Carmen, en San Mateo de Oliveira. San Mateo y su parroquia  están cerca del pazo y nos iba a llevar Lelé, la niñera. Iba preciosa: joven y guapa, se hizo el peinado que a mí me gustaba. Llevaba el pelo largo y negro recogido en una cola de caballo, atada con una cinta de seda ancha y negra. La punta de esa cola la subía hasta el nudo de la cinta y la ataba también con ella, formando una lazada que semejaba las alas de una gran mariposa. Casi todas las jóvenes se peinaban así los días grandes. Pues bien, allí estábamos cuando se callaron los gaiteros y se anunció a grandes voces que se iba proceder a la rifa de un cordero. Nosotros llevábamos algunos números de la rifa, pero lo grave fue cuando se acercaron dos chicas jóvenes con la consabida mariposa en el cogote,  me cogieron de las manos y se me llevaron casi volando. Iban muy domingueras, como todo el mundo, una de color fresa y la otra de blanco, discretamente llamativas. Yo iba a ser la mano inocente que sacaría la papeleta premiada. Me subieron junto a los gaiteros, me hicieron remangar los brazos y enseñarlos en alto, metí la mano en una bolsa y saqué el mismo número que yo llevaba en el bolsillo. Nadie protestó, ni gritaron eso de ¡tongo, tongo! Muy respetuosos fueron con D. Mario, que ni siquiera estaba allí, pero yo me puse como una amapola. Al llegar a casa con el cordero, mi padre, muy contrariado, propaló a los cuatro vientos que sería regalado para volverlo a rifar y recaudar dinero para la Virgen del Carmen, como se había hecho el día que me tocó. Y así pasó en casa una temporada aquel cordero solitario, mi vergüenza, el rebaño unicelular...

 

  En cambio el burro duró mucho tiempo, y cuando murió nos compraron otro, y luego, y otro... Siempre hubo un burro en su cuadra, hasta para los nietos que llegaron en su día. El primero había costado 25 pesetas, y, el último, 1.575, me parece. Pero todos se llamaron igual: “Nicéforo”, que no sé a quien se referiría, pero me lo estoy imaginando; no sé...no sé.... Pero nosotros a todos les llamábamos “el Nice”. ¡Que falta de respeto!

 

  ¡Ah! El abono. Sí. Aquella maleza cortada se echaba en las cuadras y todos los días se cubría con una capa nueva. Y el ganado lo pisaba, lo embadurnaba con esas cosas que hacen las vacas, los burros, y todos, y se iba “madurando” para su empleo al cabo de un año. También se hicieron unas pilas enormes con la maleza (o broza) a base de una capa de broza y otra de sardinas arenques en mal estado, que vinieron en cajas redondas en varios camiones. Eran unas pilas altas, que con la lluvia y la descomposición, fueron bajando y bajando, hasta quedar reducidas a algo así como de un metro de altura. Se instalaron lejos, por si las moscas y los posibles olores, pero no hubo ni de lo uno, ni de lo otro.

 

  Claro que todo ésto se completó con el aditamento del abono mineral. Cuando los campesinos del lugar vieron que se echaba a la tierra un polvillo blancuzco que no la llegaba a cubrir, les entró esa risa floja muy del país y sintieron compasión por nosotros, los señoritos, que no entendían del campo ni del abono, “pobriños”.  Y peor aun cuando al uso de abonos extraños se le añadió la adquisición de semillas más extrañas aun: semilla de maíz híbrido americano, lo nunca visto, que desarrolló unas matas de altura inaudita con unas espigas larguísimas. Bueno, pues aun así, al comprobar los resultados, el campesino del lugar no dio su brazo a torcer:

 

- D. Mario, que con estas cosas que está haciendo va a esquilmar sus tierras, que estas son plantas de maíces de otros países...

- Para eso están los abonos,  señor “Loureiro”, para que no se esquilmen las tierras.    

 

  Cuando se terminó aquella “Operación Abono” y todo quedó listo para que el tiempo convirtiera aquello en buen estiércol, “os carretons de Vigo” se volvieron por la carretera al punto de origen por jornadas ordinarias, como decimos los militares, es decir: “pédibus andándibus”, en latín macarrónico.

 

    Otro día, a lo mejor, te hablaré de algo más refinado o más poético, o de cantos llenos de esperanza, como aquel tú decías:

          

            “volverán las oscuras golondrinas

              en tu balcón sus nidos a colgar,

              y otra vez con el ala a tus cristales

                   jugando llamarán”;

 

   O de desesperanza, como cuando yo te respondía, recordando a Gustavo Adolfo:

 

              “pero aquellas que el vuelo refrenaban

                tu hermosura y mi dicha al contemplar,

                aquellas que aprendieron nuestros nombres,

                      ésas...no volverán.

 

...y de rosas rojas abiertas al sol del amanecer. Porque mira, con aquel abono tan poco delicado y primoroso, mi madre cultivaba el precioso jardín donde nos contaba, al caer de la tarde, historias como la del tesoro, los Señores de Lira, o de los barcos mercantes de mi bisabuelo que surcaban los mares al impulso de sus velas, entre los que se encontraba aquél que llevaba el nombre de su hija, nuestra abuela: el “Mª del Carmen Sequeiros”;  o del otro bisabuelo, que murió al mando de la fragata de guerra “Blanca”, llevando a bordo, de guardiamarina, a su hijo José, mi abuelo, en el primer servicio que éste hacía en la mar. Y todo ésto, como te digo, contado al caer de la tarde, cuando sonaban las campanas del Ángelus y la calma invadía el jardín recién regado.  Y más tarde, en el silencio del ocaso, quedaba prendida en el aire la dulce voz de mi madre...

 

  Porque todo esto son cosas que yo llevo muy dentro de mí y que tu ya me has oído contar alguna vez. 

• A Casita • Arriba • ...de un arbolito • Itha, mi madre • Las Comidas • Visita y Promesa • Os Carretóns de Vigo • El Broche de Oro • El Palafito • El Tesoro • La Carretilla • El Carromato • La Vuelta a Francia • Las Dos Moreras • Marcelina • La Pelea • Un Poema • Chispas de Mi Memoria •